"If we walk in the light, as he is in the light, we have fellowship one with another." (1 Jn 1, 7)

4th Sunday in Lent: Victory over evil

Commitment in love and truth is the axis of the struggle to reach spiritual freedom. Grasping the arms of humility, compunction and prayer, we shall succeed in overcoming sluggishness and discouragement. Yet it will above all be the hope in God to triumph over all forms of scattering. Then, after the struggle, there will invariably follow that peace which will render us sons of the Most High. Christ, light of the Father, come into my life .... come in my heart. Be my giuding light and force to go on each day persevering in your presence.

"Christ, be my light"
http://www.youtube.com/watch?v=UsCET8oQyuA
Mother Theresa

De Los Sermones de San Agustin, obispo. (cfr. 136, 1-3)

Habéis visto al ciego con los ojos de la fe; le visteis pasar de la ceguera a la visión y le oísteis errar. ¿En qué erraba este ciego? Lo diré: Lo primero, en juzgar que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el Hijo de Dios; además hemos oído una respuesta suya totalmente falsa. Dijo, en efecto: Sabemos que Dios no oye a los pecadores (Jn 9,31). Si Dios no oye a los pecadores, ¿qué esperanza nos queda a nosotros? Si Dios no oye a los pecadores, ¿para qué oramos y damos golpes de pecho, testimonio de nuestro pecado? Pecador era ciertamente aquel publicano que subió junto con un fariseo al templo, y mientras éste alardeaba y aireaba sus méritos, él, de pie allá lejos, con la vista en el suelo y golpeándose el pecho, confesaba sus pecados. Y salió justificado del templo el que confesaba sus pecados, y no el fariseo.

No existe duda alguna: Dios oye a los pecadores. Mas quien afirmaba esto aún no había lavado su rostro en Siloé. Se le había aplicado a sus ojos el gesto misterioso, pero aún no había actuado en su corazón el beneficio de la gracia. ¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues, habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que crea en él? (Jn 9,35-36). Ya le veía con los ojos, pero aún no con el corazón. Esperad; ahora le verá. Jesús le respondió: Soy yo, el que habla contigo (Jn 9,37). ¿Acaso lo dudó? Inmediatamente lavó su rostro. En efecto, estaba hablando con aquel Siloé que significa enviado. Luego él era Siloé. El ciego de corazón se le acercó, lo escuchó, lo creyó, lo adoró; lavó su rostro y vio.

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